miércoles, 16 de abril de 2008

TEO_Ana Vallejo_Grupo 1_Monólogo_Los Domingueros

«También te mando en un documento adjunto el monólogo escrito. El párrafo que hay en negrita es el que he cogido del monólogo de Joaquín Reyes, titulado "El Campo". Este es la página web donde vi su monólogo:
http://www.basurablog.es/blog/2007/11/14/monologo-de-joaquin-reyes-el-campo/»
Todos, alguna vez en la vida, hemos sido domingueros. ¿Que en qué consiste ser dominguero? Pues los domingueros son las personas que acostumbran a divertirse yendo al campo los domingos y los días de fiesta.

Y yo también he sido dominguera.

Os voy a explicar qué es el campo para mí, para que lo entendáis. El campo es un sitio donde vas a pasarlo mal para luego contarlo.

Como cuando le preguntas a una pareja de amigos: - Oye, que tal el finde de acampada? Y la novia te cuenta angustiada: “– Madre mía, si nos perdimos y tardamos 3 horas andando en llegar al camping!!! Y montamos la tienda de campaña encima de unas ortigas. Nos metimos dentro, nos picaba todo, no sabíamos lo k era. Desmontamos la tienda, la pusimos, la volvimos a quitar, la volvimos a montar… nos dieron las tantas!!! Y luego cuando estábamos dentro, Jose, que había bebido agua del riachuelo, se fue de vareta y se cagó en el saco”. Y dices tú: Qué putada no haber podido ir con vosotros!!!!

Y es que el campo es así, primero no cagas y luego no sabes por qué, pero te entra diarrea. Por cierto, diarrea, qué palabra tan bonita; es que suena a lo que es PUUURRRFFFF (hacer pedorreta).

En la vida de todo ser humano, llega ese día tan temido; el día en el que te obligan a ser dominguero. Cuando tus padres te dicen: Cariño, este domingo nos vamos de acampada, que apenas pasas tiempo con la familia!!!

¿Y ahora qué digo yo? Joder, cómo voy a salir de esta!!!! Pues empiezas a inventarte todo tipo de excusas: que tienes un examen la semana k viene y tienes k estudiar; k tienes que hacer un trabajo a muerte ese finde; k estás malo,… Pero que no cuela.

En fin, que no se escapa ni Dios de ir al campo.

Pues comienza esa maravillosa jornada en el campo.

Lo 1º es buscar un sitio adecuado donde acampar; bueno, mejor dicho donde montar el chiringuito cutre diseñado por mi padre, formado por nuestra furgoneta y un trozo de toldo que se supone que nos protegerá del sol. Pero mi padre no tiene en cuenta el movimiento del sol y al final acaba dándonos el sol en la jeta todo el día.

No te explicas como, pero siempre todos los bichos de la zona (el escarabajo pelotero, saltamontes, mantis venenosa…) van a parar a tu cuerpo y a los demás ni siquiera les rozan.

Lo que más me fascina de las cosas que hemos traído en la furgoneta, es el completo botiquín preparado por mi madre. Hay de todo, desde la típica agua oxigenada, pasando por ibuprofeno, gelocatil, espidifen, loción antimosquitos, pomada para quemaduras, reflex. … hasta las vendas, esparadrapo, tiritas, tijeras… ¡Hasta tiene viagra!

- Pero mamá, por qué te traes todas estas cosas? - Por si acaso hija, k nunca se sabe lo k puede pasar.

Para hacer acampada es indispensable una buena hoguera. El fuego, elemento esencial. Sí, sí, un gran hallazgo por nuestros antepasados, pero que también te jode un rato. La típica fogata, que aunque no hace viento, el humo va a su bola y te persigue. Tú cambiándote de sitio constantemente, que parece que estás jugando al corro de la patata con la hoguera. Y el humo que sigue persiguiéndote, en la misma dirección que vas tú. Y llorando a chorros, sin poder abrir los ojos, va el listo de turno y dice que el humo va a los ojos bonitos.

Y en ese momento lo miras con cara de asesino y piensas: No te preocupes hombre, domingueros seremos, y en el caminito nos encontraremos.

El momento de la comida. El momentazo que todos esperamos, no sé por qué, pero en el campo se tiene más apetito, más ganas de comer.

Aquí entra en juego el típico “sujeto” que llega diciendo que sabe cocina mejor que Arguiñano y que al final jode la comida. Pues ese es mi padre.

En mi casa no toca ni el microondas, y luego en el campo se pone su delantal y quiere encargarse de la barbacoa. Claro, y al final lo que resulta de este experimento no es carne asada, sino puro carbón chamuscado.

Pero como buen dominguero os explico el vestuario que lleva mi padre: La típica gorra de propaganda, en este caso de Caja rural; también la típica camiseta de propaganda que se remanga las mangas; el pantalón de explorador con infinidad de bolsillos que no sabes para qué sirven, sus calcetines blancos enrollados y sus botas de montaña.

Preparamos la mesa, una mesa plegable del año Maricastaña de la que mi madre no se quiere deshacer. Pero bueno, no vamos a darle un disgusto a la mujer. Pues la colocamos en un sitio aparentemente llano, pero no os engañéis, que en el campo ¡¡¡no hay nada llano!!! Y ahora viene lo sublime, la vajilla para este día tan especial: Un juego de platos, vasos y cubiertos de plástico, y además, de colorines. Los hay rojos, azules, verdes y amarillos. Parecen sacados de la típica cocinita de juguete que nos traían los reyes a las niñas cuando éramos pequeñas!! El tenedor que no pincha, el cuchillo que no corta, el plato donde cabe un solo filete chamuscado… ¡Qué desastre!

Sentados a la mesa y con la comida servida, viene un pajito seco acompañado de una hormiguita y se cae en mi plato, qué casualidad. ¡Lo que me faltaba! Por más que busco y rebusco en el plato, no encuentro ni el pajito seco ni la hormiguita. ¡¡Me niego a comerme eso!! Y ahí las madres, que tanto saben de nutrición, dicen: ¡¡Lo que no mata engorda!!

Lo más curioso es que en el campo, a todos nos da por pensar cosas raras ensalzando a la naturaleza, como: “Hay que ver qué bien se está aquí, sin luz, sin agua, sin atascos, sin estrés, sin móvil… ¡SIN NADAAA!

Pero hay un momento que para mi resulta un infierno. Cuando te estás meando.

Para los tíos es muy fácil, se ponen detrás de un árbol cualquiera, se desahogan y listo.

Pero para nosotras no es tan fácil. Primero tenemos que andar 2 kilómetros al norte en busca de un arbusto o matorral perfecto que nos tape completamente. Nos bajamos los pantalones y la ropa interior; y ahora viene el ejercicio de flexibilidad propio de un contorsionista: Ponerse en cuclillas y sujetarse la ropa y abrir las piernas y esquivar el charquito para no mojarte los pies. Y ahora, por si fuera poco, encima te entra diarrea. ¿Y con qué me limpio yo ahora? Claro, tú no te esperabas que te entrara diarrea así porque sí. Pues bien, menos mal que está el río cerca y coges un canto rodado para limpiarte, porque si fuera piedra caliza… tu culo terminaría teniendo más de una raja.

¡¡¡Eso sí, da a gracias a dios de que no te roce por detrás, en todo el culo, una aparente e inofensiva plantita y te provoque un sarpullido que flipas!!! No os preocupéis chicas, en ese momento de trance producido por los incesantes picores, recordamos el botiquín de mamá. Pero tampoco os emocionéis mucho, que en el botiquín hay de todo, ¡¡¡de todo menos una pomada para el sarpullido!!!!

¡¡Si es que el campo es para los hippies!!

Y al final del día, estás harto de ser dominguero, harto de tanto aire limpio y puro, harto de tanta naturaleza…. Paradójicamente, estás deseando llegar a la ciudad, con su estrés, su contaminación, su ruido…


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